Lo primero fue el bosque, caminé por él, me adentré en la oscuridad. Desde las copas verdes bajaba una sombra negra que bañaba mis pies. Fue así como lo encontré.
Hace ya siete años que escribí este párrafo, pero el término de bosque, siempre ha acompañado a muchas de mi obras, a sus títulos. Independientemente de lo que comenzaran siendo, en algún momento se transformaban en bosques, árboles, paisajes y formas naturales que mudaban de apariencia. Recordé hace un tiempo a Djuna Barnes y a su Nightwood, y a su ruptura con el concepto espacio tiempo de la narración clásica literaria, cercano a Joyce o a Wood. Si bien es cierto que, en la obra de Barnes lo importante es la noche y el circo formado por los personajes, el concepto de bosque se traduce como una metáfora en el que la noche se refuerza, aludiendo al personaje de Robin como posibilidad liberadora del papel de la mujer en ese momento, pero también como símbolo con una doble dualidad, entre lo animal y lo humano. Los vecinos del bosque me da la oportunidad de desarrollar una serie de obras que ilustran ese espíritu, los personajes de Barnes, no solamente Robin, también el resto de “vecinos del bosque de la noche” celebran la diferencia, en tanto en cuanto son capaces de reconocer al otro y nos lleva a aceptar ese lado oscuro y escondido del ser humano. En palabras de J. Marcus, Nightwood crea una narrativa que abraza la diferencia. Una obra que me invita a la visitación, a la creación plástica desde la literatura, de la misma manera que Joseph Frank ya reconoció influencias pictóricas del simbolismo, del cubismo o del expresionismo en la obra de Barnes, sobre todo en la obra de Nightwood, consiguiendo que la realidad se mude en fantasía.
Nightwood, instalación inspirada en Djuna Barnes, realizada para la exposición Los vecinos del Bosque. Sala Juana Francés, Zaragoza.